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BlHoogo ®: En tu día, papá...

En tu día, papá...

Cuando nací un 31 de octubre de 1982, mi papá debutaba en ese rol, pues yo era su primer hijo. Por razones obvias no me acuerdo de esos primeros años, así que recurrí a la memoria de mi madre para saber cómo era nuestra relación y me habló de cuando él ponía su dedo en mis entonces pequeñas manos y me decía "yo soy tu papá"; de que si algo me pasaba, me llevaba casi corriendo al hospital o de la vez que se asustó porque desaparecí debajo de la cuna que se había desfondado. Mirar fotos también me ayudó, pues pude ver cómo estaba cuidado entre sus brazos a los pocos meses de vida o cómo se disfrazaba de payaso en mi tercer cumpleaños para sacarme una sonrisa. Y aunque tuvo que dividir su cariño entre dos cuando nació mi hermano, supo equilibrar sus sentimientos y querer a ambos por igual.

Crecí viéndolo vestir el uniforme de la Fuerza Aérea. Y aunque a veces su trabajo lo tenía lejos de casa o muy ocupado, siempre hubo forma de estar unidos y que sintiera su cariño: cuando iba en comisión fuera de Santiago, siempre nos traía algún dulce u otro regalo al volver; se daba el tiempo de conversar conmigo cuando lo iba a ver a su oficina y en navidad íbamos junto a mi hermano a celebrar la “pascua del aviador”. Ahí me entregaban un regalo que venía de él pero con una etiqueta que decía “para Huguito del ‘viejito pascuero’”, algo que hasta hoy sigue haciendo.

Llegó la adolescencia y con ella los primeros baches en la relación con mi papá: sentía vergüenza que expresara su cariño frente a mis amigos o hiciera payasadas en las fiestas familiares y cada vez le contaba menos cosas de lo que me pasaba. A pesar de esto, todo seguía bien entre nosotros.

Cuando quiso tener su propio negocio e instaló una distribuidora de materiales y accesorios para zapatos, comenzó a llevarme cada sábado para que lo ayudara. Pero a veces terminaba él ayudándome a mí, como ese día que pillaron y mataron a un guarén en el local. Como nadie quería sacarlo, hicieron un sorteo donde quien sacaba el menor número debía barrerlo y botarlo. Mi cara se desfiguró cuando saqué el 1, hasta que mi papá pidió hacer el sorteo de nuevo porque dijo que había puros 1 en la bolsa.

Durante años y en muchas ocasiones, el destino de mis vacaciones o de mis fines de semana fue trabajar con mi papá. Sabía de los mil y un malabares que hacía para poder sacar adelante su negocio y que no nos faltara nada, sufriendo a veces un montón de injusticias y traiciones de las que prefiero no dar detalles. Por eso, ya fuera en su local, en un puesto de alguna feria de calzado o repartiendo cajas del Club de Amigos del Vino literalmente en la punta del cerro, cuando me pedía que lo ayudara era raro que le diera un no por respuesta, pues sabía que a veces sólo contaba conmigo así como en toda mi vida yo he contado con él.

Al salir de cuarto medio ni siquiera preparé la prueba porque, además de que sólo la daría para ver cómo me iba, ya sabía que no me alcanzaba el puntaje para entrar a la universidad. A mi papá no le agradó para nada esa situación de buenas a primeras y me reprochó durante gran parte de ese verano el que no hubiera quedado en una estatal. A pesar de eso, me siguió apoyando durante los cuatros años que duró mi carrera y nunca dejó de hacer todo lo posible para que sacar el título dependiera sólo de mí. En esta parte de mi relato, debería decirles que saqué mi título sin problema alguno, que encontrar trabajo fue demasiado fácil y que con mi papá terminamos felices comiendo perdices. Créanme que no fue así.

Como si el dolor del fracaso por reprobar mi examen de título no hubiese sido suficiente, llegando a la casa tuve que agachar el moño, tragarme el orgullo y escuchar cómo mi padre vociferaba su rabia ante lo que consideraba responsabilidad mía total y absoluta por tomar todo a la ligera. Creo que desde ese momento, algo cambió en nuestra relación: comenzamos a pelear más y a hablar menos; mientras él me daba consejos que yo no quería escuchar, yo hacía las cosas de una manera que el quería cambiar. Fue peor cuando el punto de conflicto era mi cesantía y nuestras peleas giraban mayoritariamente en torno a eso, a tal punto de no hablarnos el uno al otro durante días. Afortunadamente las cosas han vuelto a su cauce natural y volvimos a estar de amiguis. Sólo espero que nos dure.

Para terminar, sólo quiero decirte lo increíble que es pensar que cumples un año más de vida hoy y que la mitad de ese tiempo has estado a mi lado. Doy gracias porque has sido una persona que nos ha dado todo para que salgamos adelante. Gracias por haberme dado una infancia feliz y convertirme en un hombre de bien. Pero por sobretodo doy gracias porque, por muchas peleas que podamos tener, eres y seguirás siendo mi papá.

¡Feliz cumpleaños!

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